Los lieder de Gustav y Alma Mahler

28 abril 2009

Con orden y concierto

Así titula Isabel Urrutia en "El Correo Vasco" el artículo sobre la presentación del libro:

A Fernando Pérez Cárceles no le cabe el alma en el cuerpo. Lo mismo le apasiona el rugby -«un deporte de brutos practicado por caballeros»-, que se dedica a traducir para la editorial Hiperión 'lieder' ('canciones') de compositores alemanes o austriacos. Ha publicado ya cuatro volúmenes -tres dedicados a Schubert, y otro a Gustav y Alma Mahler- y resulta que hace diez años no sabía ni pedir el café en el idioma de Goethe. Y para redondear, sepan ustedes que es ingeniero técnico industrial y profesor de matemáticas jubilado del Instituto Miguel de Cervantes de Murcia. Será por eso que todo le cuadra y no le cuesta nada despejar incógnitas.
«Soy un bicho raro, no sigo la corriente y la vida me ha tratado bien. ¡No me puedo quejar!», exclama tan campante. Esta tarde lo explicará con más detalle en la conferencia que tiene previsto ofrecer en la Sociedad Bilbaína, a las 19.30 horas. Con recital incluido, a cargo de la mezzo María Folco, el barítono Félix Goñi -biofísico de la UPV- y la pianista Anouska Antúnez.
Un evento muy completo, como el perfil del propio Pérez Cárceles. A cualquier otro le habría salido una hernia de sólo pensar que, sin saber alemán, le iba a tocar lidiar con más de 600 poemas en lengua germana. Y eso, para empezar y por amor al arte; primero le hincó el diente a Schubert y luego se embaló. A estas alturas, no sólo ha volcado al castellano los 'lieder' del autor de ciclos magistrales como 'Viaje de invierno', sino también los de Gustav y Alma Mahler, Wolf, Brahms y Schumann. Y como le ha cogido el tranquillo, ya tiene listos el 'Intermedio lírico', del poeta Heinrich Heine, y 'Cancionero español', de Heyse y Geibel. ¿Cómo lo ha conseguido? Pues con tesón, organización y un buen diccionario. Sin desatender a sus seis nietos, claro.
«Muchas veces me tocaba cuidarles mientras escribía. Sobre todo me acuerdo de la pequeña María, a la que tenía en brazos cuando tecleaba en el ordenador. Nada, nada, que yo no me enclaustro en una torre de marfil». Es un hombre sin ínfulas, no hay más que recordar su debut como barítono en el seminario: «Tenía 21 años y en la prueba para cantar en el coro, solté aquello de 'Debajo de un botón, ton, ton, que encontró Martín, tin, tin...' Que sí, en serio. Debí de hacerlo bien porque me admitieron».
No tardó en descubrir que su vida estaba fuera de los muros del seminario. Así que lo dejó, y al poco tiempo conoció a su mujer en un grupo de teatro. Ambos compartían vocación, muchas ganas de echar a volar la imaginación, trabajar en equipo y aprender de los grandes. «Fíjate que recuerdo haber hecho 'Las brujas de Salem', de Miller... ¡Y eso en los años sesenta!».
Queda claro que le gusta ir por libre, con alegría y optimismo, pero sin ponerse las cosas fáciles. Le encantan los enigmas, ya sean matemáticos, literarios o artísticos. Dice que todo es cuestión de coger carrerilla y no parar. «Como en el rugby».